EL CAZADOR CAZADO
Le llegó la hora. Carlos Morán Soto ha
dejado de ser ministro de Interior. Obligado a renunciar junto a José Luís
Lavalle, siendo reemplazado este último por Max Iglesias como Comandante
General de la Policía Nacional del Perú.
Algunos dicen que era su ministro
preferido. Nada más carente de verdad. Vizcarra no tiene ministros, sino
secretarios. Tampoco amigos y menos preferidos pues a la menor sombra o
salpicadura que pudiese comprometerlo se sacude fácilmente y hace cambio de
fajín (Heresi, Bruce). Contrario sensu es el trato que profesa a quienes por
una razón u otra decide mantenerlos en el puesto incluso si existen serios
cuestionamientos en contra (Trujillo, Lozada o Barrios).
Lo que sí era cierto, fue su comportamiento
camaleónico al punto de ser considerado un todoterreno al servicio del precario
inquilino de palacio de gobierno. Harto conocido son sus acciones efectistas,
es decir de rédito político, aunque sin trascendencia alguna, como: i) la
pretendida creación de la brigada policial contra la migración delictiva; ii) prohibición
de ingreso de parlamentarios al hemiciclo luego del cierre inconstitucional por
parte de su jefe; iii) incrementó la participación de la cuestionada División de Investigación de delitos de Alta Complejidad (DIVIAC) en la ejecución de operativos
contra adversarios al régimen, al mando del arrabalero Coronel PNP Colchado;
iv) no dar cuenta hasta la fecha del uso de los equipos de interceptación
telefónica ubicados en la sede de la DINI; y v) designación de la defenestrada ex-ministra
de Salud Elizabeth Hinostroza como su asesora.
Razones de su alejamiento forzado eran más
que evidentes desde hacía mucho. Obvio que llama la atención la actual coyuntura.
Inferimos que podría ser debido al desgaste que viene experimentando el
gobierno en general y específicamente el sector interior con la cifra de
policías muertos y contagiados por el Covid-19 (más de 20 y 2000,
respectivamente); así como por las escandalosas sobrevaloraciones (CORRUPCIÓN)
en la adquisición de mascarillas, guantes, alcohol, gel, etc.; es decir,
productos considerados de necesidad básicas para nuestros héroes que salen a combatir
esta terrible pandemia, en procura del bienestar de todos nosotros (La
República da cuenta que son cuarenta y cinco contratos por más de treinta
y dos millones de soles comprometiendo a trece generales PNP). Agregar, el
maltrato hacia efectivos policiales que reclamaban pruebas (test), mientras se
dio el encubrimiento al entonces jefe de administración de la PNP Héctor Petit
trasladándosele a un cargo administrativo. Y todo ello sin contar que la prensa
aún no ha escudriñado en la adquisición de combustibles para los patrulleros y
motocicletas, cuando son bien conocidas las compras fantasmagóricas en épocas
no muy lejanas.
Se fue Morán, sin pena y mucho menos
gloria, dejando tras sus pasos caos e incertidumbre en nuestra benemérita Policía
Nacional del Perú. Gastón Rodríguez, su sucesor, haría bien en reorganizar este
sector estratégico, empezando por desaparecer -o en el mejor de los casos de reorganizar- la temible DIVIAC,
policía parapolítica de este régimen; además de preocuparse -y accionar- en la mejora de la atención
a la salud de los miles de compatriotas policías que resguardan nuestras calles
diariamente.
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