LA INCÓMODA VECINDAD DE PEDRO CASTILLO

En la vida tenemos la posibilidad de escoger entre varias opciones. Casi siempre. Una de estas excepciones se da al mudarnos de hogar y toca convivir con los/las vecinos/as. Es un albur, pues nunca sabemos con exactitud quienes son realmente esas personas que habitan al lado (o al frente) con las cuales compartiremos en la cotidianeidad. Bueno, Luis Barranzuela sí lo sabe. Y es todo un suertudo, o al menos eso creyó. Su vecina apareció ante las cámaras de televisión para dar cuenta que fue ella junto a su esposo los que ocasionaron el estruendoso bullicio por las celebraciones del día de la Canción Criolla, señalando con el dedo acusador al culpable: ¡El parlante!. Con esta declaración, esta dama pretendió así eximir de toda responsabilidad al entonces ministro del tremendo juergón en su casa, a la que dicho sea de paso tuvo decenas de invitados, entre ellos el congresista Bermejo. De nada le sirvió, puesto que para la jefe de su vecino, doña Mirtha Vásquez, fue literalmente “la gota que derramó el vaso”. Ni bien enterada del escándalo armado, le pidió públicamente explicaciones a lo que Barranzuela respondió -también públicamente- como era de esperar: Negándolo. Entonces, la Premier no se quedó callada (aunque debió hacerlo al menos no ventilando las discrepancias internas a través de las redes sociales), calificando de inaceptable las excusas y precisando que al día siguiente se reuniría con el Presidente para tomar una decisión. Y fue así, luego de horas de conversaciones, la señora Vásquez logró imponerse y Castillo tuvo que pedirle la renuncia, siendo reemplazado por el controvertido y hasta polémico Avelino Guillén, conocido por su exacerbado encono al fujimorismo. Ya con el gabinete completo, la Primer Ministro acudió al Parlamento a solicitar el voto de investidura. Y lo logró, no con la contundencia que tal vez esperaba (68 a favor), pero sí con una preocupación de los votos restados del partido oficialista (16 en contra). Esta fractura al interior de la bancada de #PerúLibre será una mochila bastante pesada para todo aquello que intente gestionar la señora Vásquez.

Lo acontecido con el “Ministro Halloween” es parte del problema recurrente dentro del gobierno. Las pésimas decisiones que adopta el actual mandatario al escoger a los Titulares de las carteras ministeriales, y la demora y/o indiferencia para corregir estos errores. Es el caso de Walter Ayala a cargo del Sector Defensa, pues a través de dos Resoluciones Supremas publicadas en El Peruano el último miércoles dispuso el cese intempestivo de los Comandantes Generales del Ejército y de la Aviación. El motivo se desconoce, puesto que si bien lo resuelto está dentro de la potestad constitucional del Presidente de la República, lo cierto es que en el presente caso, ambos Oficiales asumieron el cargo hace tres meses. Aparentemente ambos se negaron a validar ascensos a colaboradores cercanos al propio Castillo; vale decir, un “tarjetazo”. ¿Recuerdan cuando un candidato citó como lema de campaña “la lucha frontal contra la corrupción”?. Claro, fue el novísimo inquilino de Palacio de Gobierno.

Ayala ha sido calificado por el excongresista y excandidato presidencial, Daniel Urresti, como un “monigote”. Y razón no le falta, pues se trata de un ex-policía destituido por medida disciplinaria, y por ello su puesto depende única y exclusivamente de la voluntad del profesor Castillo. Y eso hace que se comporte servilmente con tal de mantenerse en el poder, a costa de permitir un manoseo grosero de la institucionalidad de las Fuerzas Armadas que debiera representar como autoridad política, actuando abusivamente pues acorde a la Carta Magna las FFAA no son deliberantes.

En adición a lo anterior, resulta relevante -además del fondo del asunto comentado (pase al retiro de manera abrupta)- la forma con que se actuó; es decir, el pretender menoscabar la dignidad de los Generales sin haberles comunicado lo decidido con anterioridad. Una total falta de respeto al sagrado uniforme de nuestro glorioso Ejército y Aviación. En sentido contrario, acorde con los valores impregnados en nuestra democracia, esto se conoce como tener don de gente.

Desde luego que apelar a ello es como “pedirle peras al olmo”, toda vez que es el propio Castillo quien ante el cambio del gabinete Bellido despidió por mensaje de aplicativo (WhatsApp) a Juan Cadillo entonces a cargo de Educación, y a Ciro Gálvez que hasta hoy sigue esperando que le pidan su renuncia al cargo de Cultura.

Una explicación a esto último lo ha dado precisamente el propio Guido Bellido, quien a través de las redes sociales no dudó en calificar a Castillo como “sindicalista de nivel básico”. Huelgan mayores comentarios.

Cada ministro que se va, lo hace “pateando la puerta”, y el que ingresa es igual de incompetente del que se fue, o inclusive hasta peor. Y los que se mantienen no hacen siquiera el mínimo esfuerzo para estar a la altura de tamaña responsabilidad conferida. Este es el entorno de Castillo. Él los escogió, así se siente cómodo, es su vecindad, aunque cada día que pasa resulta más incómoda para todos los peruanos.

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