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En 1998, en entrevista televisiva
concedida a Univisión, el entonces candidato presidencial venezolano Hugo
Chávez Frías negó que en un eventual gobierno se nacionalizase alguna empresa, agregando
que daría mayores facilidades a capitales privados para que invirtiesen en
dicho país. Dos décadas después, el extinto ex-presidente y su sucesor Maduro
han confiscado más de 1300 empresas, generándose mayor desempleo así como el
incremento de la corrupción, delincuencia y migración hacia otros países,
incluido el nuestro.
El 24 de junio pasado, a manu militari Martín Vizcarra ordenó a las
clínicas privadas reducir los precios a los pacientes ingresados por la peste
china en plazo máximo de cuarenta y ocho horas; caso contrario serían expropiadas
conforme al artículo 70° de la Constitución Política. Error, o mejor dicho
horror, cometido por el señor Vizcarra. De manera previa, entendemos que el
pedido de bajar los precios -no solo para
pacientes ingresados por Covid-19, sino en varias especialidades médicas-
resulta un clamor nacional, pues, la brecha situacional entre un hospital y una
clínica (o siquiera un centro médico) no tiene parangón. Sencillamente, los
hospitales carecen de todo y los segundos tienen desde lo mínimo indispensable hasta
todo aquello que cualquier paciente necesitase. Por ello, es totalmente
cuestionable y hasta reprochable el elevar de manera inconmensurable los precios
aprovechándose del estado de necesidad de las personas.
Lo que sí no es comprensible es el pretender
romper y/o alterar el equilibrio del mercado, que bajo pretexto de cuidar la salud
pública (que es de todos y para todos) expropiar propiedad privada para dárselo
al alcance de los más necesitados. A punta de pistola, esto es bajo amenaza, sentar
a negociar a empresarios. Estos últimos ya lo hicieron, y genera un pésimo precedente,
toda vez que en adelante -y como lo hizo
en septiembre pasado con el Parlamento que propició su cierre- el gobierno
considerará -previa campaña de demolición
de sus adláteres- que un determinado rubro o giro está siendo abusivo con
la población y decidir su negociación unilateral, interviniendo peligrosamente en
la libertad de mercado. Recordemos, y tengámoslo presente, que nuestra Carta
Política garantiza una economía social de mercado (Art. 58°) y que la
intervención estatal es mínima (Art. 60°). Además, el Artículo 82° de la Ley
General de Salud -vigente desde el año
1997- textualmente señala “En la
lucha contra las epidemias, la Autoridad de Salud queda facultada para disponer
la utilización de todos los recursos médico-asistenciales de los sectores
público y privado existentes en las zonas afectadas y en las colindantes”.
Vizcarra no es Chávez y menos Maduro.
Eso está claro; sin embargo insiste en demostrar su autoritarismo, imponiendo el
eslogan “por la razón o por la fuerza” decisiones que deben ser consensuadas
con la población, incluyendo a los empresarios, pasando por encima a un tímido
y distraído Congreso, y ocultando con ello su incapacidad de gestión pública ante
la incertidumbre vivida durante el confinamiento (más de cien días) y la dura
realidad que nos tocará enfrentar en adelante ante la crisis provocada
precisamente por este gobierno, donde miles de puestos de trabajo se han
perdido y muchos de estos no volverán a recuperarse, aunado al sinfín de
acusaciones hacia personajes del entorno palaciego de evidentes conflicto de
intereses para contratar con el estado.
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